Violence Down Under

Llevo tanto tiempo sin pasarme por aquí que tuve que abrir las ventanas, sacudir los muebles y quitar el polvo.

Espero que puedan disculparme, queridxs lectorxs. Pensé que la vida me iba a dar tregua para poder escribir con calma nuevas historias y anécdotas en este blog, pero los últimos cuatro meses me la he pasado lidiando con todos los cambios, dificultades, adaptaciones y (algunas veces) ataques de ansiedad que conlleva dejar la vida que conocía atrás y mudarme a un nuevo continente para comenzar una nueva vida en otro país.

Para los que no están al tanto de la situación, a principios de Enero de este año me mudé a Sydney, Australia. Contarles a detalle la experiencia de irme al otro lado del mundo sin conocer absolutamente a nadie y tener que adaptarme a la comida, cultura y ese acento tan horrible daría para una entrada completa, sin embargo no es mi objetivo el día de hoy.

Hoy quiero escribir sobre algo que sucedió aquí en Sydney, apenas hace dos días, y cómo me ha hecho reflexionar sobre mi experiencia ante ese tipo de eventos.

Sábado 13 de abril, 4:15 pm. En un país alejado de todo, cuyas preocupaciones habituales son el aumento exagerado en el costo de la renta, los cortes a las escuelas públicas, la inclemente ola de calor que se dejó sentir durante el verano y un caballo suelto en la estación de tren; nada pudo haber preparado a los sydneysiders para la tremenda tragedia que iba a suceder…

Un tipo de 40 años llamado Joel Cauchi, originario de Queensland y con una larga historia de enfermedades mentales, entró al centro comercial Westfield ubicado cerca de la famosa Bondi Beach. En algún momento de la tarde, este individuo sacó de su mochila un largo y filoso cuchillo de carnicero.

Y comenzó la masacre.

Joel murió ese mismo día, abatido a tiros por la policía después de haber herido de gravedad a once personas, (incluyendo a un bebé de 9 meses) y haber asesinado a un hombre y cinco mujeres (entre ellas, la mamá de dicho bebé).

En mi trabajo enviaron correos a todos los empleados. A pesar de que nadie de la oficina se encontraba en el centro comercial al momento de la tragedia, y que los fallecidos no son amigos ni conocidos de ningún empleado, las comunicaciones corporativas han sido rotundas: el país entero está de luto. La empresa se solidariza con las víctimas de tan desafortunado episodio y extiende una invitación a los empleados para que se tomen un descanso del trabajo si sienten que es necesario para poder procesar semejante desgracia.

Mi jefe envió un mensaje a mi equipo entero ofreciendo su disponibilidad para hablar sobre el tema, si es que así lo requerimos. También nos envió los teléfonos del proveedor de servicios de salud mental de la empresa.

Las noticias no dejan de mencionar el tema. Fotografías de las víctimas inundan las redes sociales. La policía está en una investigación exhaustiva sobre el pasado y conexiones del asesino. El Primer Ministro ha hablado: terapeutas y psicólogos están al alcance del público. Las puertas del centro comercial están llenas de ramos de flores. La gente está en shock. La nación entera está de luto.

Y ante todo esto yo… bueno, yo lamento profundamente la pérdida de vidas inocentes. Me siento mal por el bebé que (si logra sobrevivir) tendrá que vivir con el trauma de que su madre murió acuchillada tratando de protegerlo. Reflexiono sobre la importancia de identificar a personas inestables y ofrecerles la atención médica que necesitan, y al mismo tiempo me pregunto cuántos asesinos en potencia estarán allá afuera…

Pero mi vida sigue. No he llorado. No he adoptado un estado de alerta o absoluta precaución. No considero necesario utilizar los servicios de salud mental de la oficina o ausentarme. No hablo del tema con mis compañeros de trabajo. No fui a dejar flores al centro comercial.

Descubrí (para mi absoluto horror) que no comparto la afectación de tantas y tantas personas. Que (muy en el fondo y con absoluta honestidad) hasta pienso que es algo exagerada. Genuinamente no puedo comprender cómo hay personas que se tomen el día libre para «procesar la noticia».

Es horrible, sí. Pero no me afecta tanto.

Y en eso estaba pensando cuando me acordé de otra cosa que pasó hace poco en México.

Era plena Semana Santa, y yo encontré en redes sociales la noticia de que el cadáver de una niña de ocho años fue encontrado en una bolsa negra de basura sobre la carretera federal Cuernavaca-Taxco. Lejos de lo altamente indignante que ese hecho es por sí solo, las cosas no terminaron ahí. La multitud linchó a los secuestradores y de repente mi feed de Twitter (me vale madres, Musk. Me niego a decirle X) se convirtió en un desfile interminable de videos de nota roja sin censura, donde los habitantes de Taxco matan a golpes a la mujer responsable.

Estuve el día entero dándole vueltas a la noticia, incapaz de despegar mis ojos de la sangre y la violencia que me mostraba la pantalla de mi teléfono.

Cuando terminé de ver los videos, cerré la pantalla y me fui directo a TikTok. En automático. Mi cerebro pasó del horror más brutal a la risa y el aburrimiento.

El siguiente día vino, con su carga de problemas, dificultades, alegrías y bendiciones. La vida siguió. Ya no pensé en eso.

No sé si hoy, justo en estos momentos, haya alguien en México que se acuerde de Camila.

Que se acuerde del nombre de todas las mujeres que matan a diario en mi país.

Que pueda nombrar una por una todas las noticias de una violencia ciega y bruta que inunda las noticias mexicanas todos los dias. Son tantas… ¿por dónde comenzamos?

¿Mi pensamiento inmediato sobre lo que pasó en Taxco? «Otro día más en México».

Sólo eso. Otro día más.

¿Mi pensamiento inmediato sobre lo que pasó en Westfield? «Esta gente no aguanta nada».

Llegué a la conclusión de que mi aparente insensibilización ante la tragedia de Westfield no es falta de humanidad, es exceso de costumbre.

El Presidente de México no pone a disposición de la población servicios públicos de terapia y salud mental para las personas que necesiten hablar sobre la violencia en el país. ¿Se inundaron las calles de Taxco con flores?, ¿alguien ha pedido el día libre en el trabajo cada que hay un feminicidio?

¿Qué haría la gente de Australia si encontrara cuerpos violados, amarrados y mutilados en sus autopistas? , ¿fosas clandestinas en sus desiertos?, ¿ráfagas de disparos en sus pueblos costeros?

Y no es solamente tema de México, esto es una espantosa realidad de América Latina. Sobrevivir es a lo que estamos acostumbrados los latinos, pensar que todos los días vamos a encontrar una noticia horrible es lo que esperamos.

Y así tratamos de darle algo de normalidad a nuestras vidas, sabiendo que afuera hay peligro, muerte y violencia; pero al mismo luchamos por encontrar el amor, hacemos memes, nos inventamos recetas deliciosas para que nuestra comida sea la mejor y la más deliciosa del mundo, creamos música bailable, alegre, y tratamos de sobrellevar nuestras desgracias colectivas en la medida de lo posible.

Seguimos luchando para que los buenos (que yo sé que somos muchos), ganemos.

Hay una contrastante y devastadora diferencia entre una sociedad que no está expuesta a la violencia y yo, que vengo de Latinoamérica.

Hace rato salí a comprar comida. Al subir al elevador de mi edificio, me encontré a dos vecinos: una mujer no más grande que yo que cargaba a su hijo pequeño en brazos, y otro señor ya mayor. Ambos hablaban de la matanza de Westfield. Ella tenía los ojos llorosos, el señor hablaba con voz entrecortada.

El niño era todavía demasiado chico para entender lo que había sucedido, y chupaba tranquilamente una paleta, embarrándose los labios de dulce. Yo escuchaba la conversación en silencio.

En ese espacio tan pequeño, habíamos cuatro personas. Tres sabíamos perfectamente los detalles de la tragedia, pero solamente dos no estábamos afectados por ella: uno, por la edad. Yo, por la costumbre.

Acostumbrarse a la violencia… esa es la tragedia más grande de todas.

Un comentario en “Violence Down Under

  1. Carlos Maynor Salinas

    Tengo dos años viviendo en Panamá, alejado de la violencia cotidiana de México, y es verdad lo que señalas. Aquí es noticia de ocho columnas cuando hay un acto de violencia, y no estoy del otro lado del mundo, estoy en el mismo continente. Aquí el robo de un banco tuvo una cobertura mediática de dos semanas, en las que todos hablaban del tema, y a las dos semanas, capturaron a los ladrones y los metieron presos. En México, no solo nos hemos acostumbrado a la violencia, sino a la impunidad y no nos damos cuenta de ello hasta que descubrimos que nosotros somos los que estamos equivocándonos, pues en el resto del mundo, la violencia no es lo cotidiano sino lo inusual.

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